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Dialogo mediterráneo, percepción española

Por: [autor] | Instituto español de estudios estratégicosColaborador(es): Ministerio de Defensa cuadernos de estrategia N°113Tipo de material: TextoTextoIdioma: Español Detalles de publicación: Madrid MINISTERIO DE DEFENSA 2001Descripción: 238 Páginas 18 x 25 cmISBN: 84-7823-838-7Tema(s): ESTUDIOS ESTRATEGICOS | EUROMEDITERRANEA DE LA UNION EUROPEA:DESADIOS ESPAÑOLES | FLUJOS MIGRATORIOS | ISLAM POLITICA MIGRATORIA | MAGREB | MEDITERRANEO ARABE UNA VISION ESPAÑOLA | MEDITERRANEO ARABE:UNA VISION ESPAÑOLA | OTAN Y EL MEDITERRANEO | PAISES MEDITERRANEOS | SEGURIDAD EN EL MEDITERRANEO:HACIA UN DIALOGO EFICAZ | UNION EUROPEA:POLITICA MIGRATORIA Y EL MEDITERRANEOClasificación CDD: 355.43 I N°113 2001 Recursos en línea: Haga clic para acceso en línea Resumen: El Mediterráneo ha sido, es, y probablemente continuará siendo, una zona vital para España. Nos encontramos ante una oportunidad histórica para la expansión diplomática y el ejercicio de un liderazgo regional. La posición privilegiada de nuestro país debe ser aprovechada al máximo con una política exterior y de defensa perfectamente coordinadas y com plementadas por una política económica, comercial y de ayuda, coherente con nuestros objetivos nacionales. Para mantenernos como interlocutor privilegiado, nuestras actividades deben orientarse hacia el liderazgo y la mediación. Para ello, España deberá jugar sus cartas en dos direcciones opuestas: hacia el Sur es necesario fomentar la confianza y evitar que los países que lo forman se sientan relegados; hacia el Norte, se impone un continuo ejercicio de con cienciación para que nuestros aliados también vean el Mediterráneo como un área de cooperación y oportunidades. Suena bien, pero existen dudas importantes que despejar: ¿Hay volun tad política real de liderar en nuestro país? ¿Y capacidad suficiente? ¿Y área de influencia? Para influir no hay que pedir, sino aportar. Resulta evi dente que la principal crítica que hoy se puede hacer de nuestra política en el Mediterráneo es la falta de medios materiales. Pero no es la única. Falta un colchón suficiente de intereses mutuos, en lo posible despolitiza dos. Tampoco desarrollamos una capacidad informativa y cultural sufi ciente. Hemos vinculado tradicionalmente los intereses económicos a compensaciones políticas y, lógicamente, la reacción en la otra orilla ha sido hacer el mismo juego. El diálogo se ha vuelto interesado y mezquino. La aspiración a pequeños logros tangibles y coyunturales puede socavar la posibilidad de obtener una influencia y prestigio real, que sólo puede conseguirse mediante una acción continuada y unos objetivos a largo plazo. Conviene también considerar otro factor de gran importancia en el campo de la seguridad: las posibilidades políticas de España y nuestra capacidad de influencia en el sistema de seguridad mediterráneo depen — 223 — derán de la presencia y visibilidad de una acción exterior que no puede concebirse sin una adecuada capacidad de defensa. Tener peso especifico en el panorama europeo y mediterráneo de la seguridad y defensa exige dedicar recursos para unas fuerzas armadas que a sus cometidos tradi cionales deben sumar otras actividades relacionadas con la cooperación. Debemos evitar la superficialidad: no hay política exterior efectiva que no este respaldada por una política de defensa eficaz y bien dotada. En cualquier caso, existe un espacio para el liderazgo español en el Mediterráneo Occidental. Para ello debemos evitar considerar los proble mas del Mediterráneo como globales o de tratamiento único. España no puede aceptar que la problemática del Magreb tenga la misma calificación que el casi permanente conflicto de Oriente Medio. Se impone un cierto grado de estanqueidad para evitar que este último “contamine” lo que podría ser un mar de cooperación. Poniendo un sólo ejemplo, asimilar el grado de proliferación del conjunto de países mediterráneos del Oriente Medio con los de la parte occidental del norte de África es injusto y se aleja de la realidad. La solución para España es regionalizar y concentrar la cooperación en zonas concretas. Dentro de la unidad geoestratégica que se da en el Mediterráneo, donde los problemas y las tensiones se trasmiten con facilidad, España considera el poniente mediterráneo como un espacio próximo que requiere toda su atención. Hoy por hoy, nuestras relaciones con Marruecos y Túnez, reguladas por sendos Tratados de Amistad, son muy estrechas, y están mejorando las que mantenemos con Argelia. La prueba del relanzamiento de las relaciones hispano-argelinas la tenemos en el reciente viaje de José María Aznar a Argel, primera que ha realizado a este país un Jefe de Gobierno de la UE, desde el comienzo de la crisis argelina en 1992. Teniendo en cuenta estas privilegiadas relaciones, para España es fun damental mantener el camino hacia la cooperación subregional en esta área, con independencia de los progresos o retrocesos del proceso de Paz en Oriente Medio. Este último requiere un enfoque global, mientras que el incremento de la estabilidad en la subregión occidental admite soluciones regionales. España debe abogar, en consecuencia, por un modelo de cooperaciones reforzadas en el campo de la seguridad. Un modelo en que un grupo de países afines avanzan y, con su actitud, sir ven de modelo y acicate para otros más remisos a progresar. Quizás la actitud más inteligente debe ser establecer un claro compro miso político, decidiendo compartir el futuro de la región desde nuestra — 224 — envidiable posición, en especial, con los Estados más próximos del Magreb. Como primera medida debemos tender a hacer más compatibles las políti cas de seguridad de Estados que son amigos. Pero además se hace nece saria cierta capacidad de innovación: España debe promover una participa ción más activa en las iniciativas, ayudando a superar los obstáculos que se van presentando, impulsando las actividades en los momentos favorables e impidiendo los pasos atrás en los momentos más bajos de las relaciones regionales. También es posible y deseable ofrecer espacios de mediación, por ejemplo, para el conflicto del Sahara Occidental. España puede ofrecer la experiencia directa de la Unión Europea en el campo de la integración regional. La globalización puede obligar a los paí ses mediterráneos a afrontar un problema que ha preocupado a los euro peos durante décadas: como preservar aquello que es bueno de los Esta dos nación —el idioma, la cultura, la idiosincrasia, etc.— mientras se ponen en común recursos y se atenúan las fronteras entre ellos. Podemos trasladar al Magreb un modelo creíble para revitalizar su UMA. Todo este cuadro permite pensar en un ejercicio similar para el campo político militar. España podría promover una fuerza de intervención regio nal magrebí para misiones de paz. Su ámbito de actuación sería regional e, incluso, africano. No es descabellado pensar en fuerzas multinaciona les que combinen países del Sur y del Norte. Una agrupación hispanomarroquí con España ejerciendo de “lead nation” es hoy, ya posible. El ya citado proyecto de una Guardia Costera combinada que patrulle el Medi terráneo Occidental supondría un tremendo avance para luchar contra los problemas regionales. Al margen de estas cuestiones, una labor prioritaria para España será conseguir que las futuras ampliaciones de la OTAN y la UE hacia el Este no hagan olvidar el Mediterráneo. El compromiso financiero y económico de la UE con esta región no debe debilitarse. Pero tampoco lo debe hacer el compromiso político en la OTAN y en la propia UE. La dimensión medite rránea debe mantener a medio y largo plazo un lugar preeminente en sus acciones exteriores, en adecuado equilibrio con otras zonas igualmente prioritaria
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355.43 I N°113 2001 (Navegar estantería (Abre debajo)) 1 Disponible BC22110197

El Mediterráneo ha sido, es, y probablemente continuará siendo, una
zona vital para España. Nos encontramos ante una oportunidad histórica
para la expansión diplomática y el ejercicio de un liderazgo regional. La
posición privilegiada de nuestro país debe ser aprovechada al máximo
con una política exterior y de defensa perfectamente coordinadas y com
plementadas por una política económica, comercial y de ayuda, coherente
con nuestros objetivos nacionales.
Para mantenernos como interlocutor privilegiado, nuestras actividades
deben orientarse hacia el liderazgo y la mediación. Para ello, España
deberá jugar sus cartas en dos direcciones opuestas: hacia el Sur es
necesario fomentar la confianza y evitar que los países que lo forman se
sientan relegados; hacia el Norte, se impone un continuo ejercicio de con
cienciación para que nuestros aliados también vean el Mediterráneo como
un área de cooperación y oportunidades.
Suena bien, pero existen dudas importantes que despejar: ¿Hay volun
tad política real de liderar en nuestro país? ¿Y capacidad suficiente? ¿Y
área de influencia? Para influir no hay que pedir, sino aportar. Resulta evi
dente que la principal crítica que hoy se puede hacer de nuestra política
en el Mediterráneo es la falta de medios materiales. Pero no es la única.
Falta un colchón suficiente de intereses mutuos, en lo posible despolitiza
dos. Tampoco desarrollamos una capacidad informativa y cultural sufi
ciente. Hemos vinculado tradicionalmente los intereses económicos a
compensaciones políticas y, lógicamente, la reacción en la otra orilla ha
sido hacer el mismo juego. El diálogo se ha vuelto interesado y mezquino.
La aspiración a pequeños logros tangibles y coyunturales puede socavar
la posibilidad de obtener una influencia y prestigio real, que sólo puede
conseguirse mediante una acción continuada y unos objetivos a largo
plazo.
Conviene también considerar otro factor de gran importancia en el
campo de la seguridad: las posibilidades políticas de España y nuestra
capacidad de influencia en el sistema de seguridad mediterráneo depen
— 223 —
derán de la presencia y visibilidad de una acción exterior que no puede
concebirse sin una adecuada capacidad de defensa. Tener peso especifico
en el panorama europeo y mediterráneo de la seguridad y defensa exige
dedicar recursos para unas fuerzas armadas que a sus cometidos tradi
cionales deben sumar otras actividades relacionadas con la cooperación.
Debemos evitar la superficialidad: no hay política exterior efectiva que no
este respaldada por una política de defensa eficaz y bien dotada.
En cualquier caso, existe un espacio para el liderazgo español en el
Mediterráneo Occidental. Para ello debemos evitar considerar los proble
mas del Mediterráneo como globales o de tratamiento único. España no
puede aceptar que la problemática del Magreb tenga la misma calificación
que el casi permanente conflicto de Oriente Medio. Se impone un cierto
grado de estanqueidad para evitar que este último “contamine” lo que
podría ser un mar de cooperación. Poniendo un sólo ejemplo, asimilar el
grado de proliferación del conjunto de países mediterráneos del Oriente
Medio con los de la parte occidental del norte de África es injusto y se
aleja de la realidad. La solución para España es regionalizar y concentrar
la cooperación en zonas concretas.
Dentro de la unidad geoestratégica que se da en el Mediterráneo,
donde los problemas y las tensiones se trasmiten con facilidad, España
considera el poniente mediterráneo como un espacio próximo que requiere
toda su atención. Hoy por hoy, nuestras relaciones con Marruecos y Túnez,
reguladas por sendos Tratados de Amistad, son muy estrechas, y están
mejorando las que mantenemos con Argelia. La prueba del relanzamiento
de las relaciones hispano-argelinas la tenemos en el reciente viaje de José
María Aznar a Argel, primera que ha realizado a este país un Jefe de
Gobierno de la UE, desde el comienzo de la crisis argelina en 1992.
Teniendo en cuenta estas privilegiadas relaciones, para España es fun
damental mantener el camino hacia la cooperación subregional en esta
área, con independencia de los progresos o retrocesos del proceso de
Paz en Oriente Medio. Este último requiere un enfoque global, mientras
que el incremento de la estabilidad en la subregión occidental admite
soluciones regionales. España debe abogar, en consecuencia, por un
modelo de cooperaciones reforzadas en el campo de la seguridad. Un
modelo en que un grupo de países afines avanzan y, con su actitud, sir
ven de modelo y acicate para otros más remisos a progresar.
Quizás la actitud más inteligente debe ser establecer un claro compro
miso político, decidiendo compartir el futuro de la región desde nuestra
— 224 —
envidiable posición, en especial, con los Estados más próximos del Magreb.
Como primera medida debemos tender a hacer más compatibles las políti
cas de seguridad de Estados que son amigos. Pero además se hace nece
saria cierta capacidad de innovación: España debe promover una participa
ción más activa en las iniciativas, ayudando a superar los obstáculos que se
van presentando, impulsando las actividades en los momentos favorables e
impidiendo los pasos atrás en los momentos más bajos de las relaciones
regionales. También es posible y deseable ofrecer espacios de mediación,
por ejemplo, para el conflicto del Sahara Occidental.
España puede ofrecer la experiencia directa de la Unión Europea en el
campo de la integración regional. La globalización puede obligar a los paí
ses mediterráneos a afrontar un problema que ha preocupado a los euro
peos durante décadas: como preservar aquello que es bueno de los Esta
dos nación —el idioma, la cultura, la idiosincrasia, etc.— mientras se
ponen en común recursos y se atenúan las fronteras entre ellos. Podemos
trasladar al Magreb un modelo creíble para revitalizar su UMA.
Todo este cuadro permite pensar en un ejercicio similar para el campo
político militar. España podría promover una fuerza de intervención regio
nal magrebí para misiones de paz. Su ámbito de actuación sería regional
e, incluso, africano. No es descabellado pensar en fuerzas multinaciona
les que combinen países del Sur y del Norte. Una agrupación hispanomarroquí con España ejerciendo de “lead nation” es hoy, ya posible. El ya
citado proyecto de una Guardia Costera combinada que patrulle el Medi
terráneo Occidental supondría un tremendo avance para luchar contra los
problemas regionales.
Al margen de estas cuestiones, una labor prioritaria para España será
conseguir que las futuras ampliaciones de la OTAN y la UE hacia el Este no
hagan olvidar el Mediterráneo. El compromiso financiero y económico de
la UE con esta región no debe debilitarse. Pero tampoco lo debe hacer el
compromiso político en la OTAN y en la propia UE. La dimensión medite
rránea debe mantener a medio y largo plazo un lugar preeminente en sus
acciones exteriores, en adecuado equilibrio con otras zonas igualmente
prioritaria

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